La castidad de los esclavos

El esclavo no debe desperdiciar sus orgasmos, no debe drenar su semen si no cuenta con el permiso de su amo.
Esa es una imposición que nos cuesta cumplir a los sumisos calientes.
Frenar el reflejo eyaculatorio es extremadamente perturbador cuando ardemos apasionados mientras el que nos ha subyugado nos disciplina con torturas y violaciones.
Pero tenemos presente que esa denegación de la manifestación del placer orgásmico forma parte de la tortura, así como acatarla y cumplirla es la manifestación de nuestra sumisión fiel.

He escuchado que muchos amos imponen períodos de castidad limitándolos a cierta cantidad de días, y que sus esclavos esperan el fin de esos ciclos como los presos esperan el final de sus condenas.
Mi amo sádico jamás me comunicó que en sus planes estaba levantar mi castidad en una fecha predeterminada; siempre asumí que cada vez que le daba dos vueltas de llave al cerrojo del cinturón no me lo quitaría hasta vaya a saber porque capricho de sus huevos lo quisiera abrir.

Yo su esclavo masoquista, con el cuerpo y el espíritu arrebatado de tan caliente, absorbía con más pasión sus acciones y, a pesar de la barrera del metálico cinturón de castidad y del bloqueo mental que me imponía, muchas veces los diques se rompían y el clímax estallaba derramando penosamente la leche.

¡Qué razón más válida tenía el sádico; esa manifestación anárquica de mi cuerpo justificaba incrementar las penitencias y prolongarle a mi verga la tortura dolorosa y bloqueante de su natural empinamiento!

Desde que en un pretérito lejano un dominante materializó el primer cinturón de castidad nada simboliza mejor la tiranía sexual.
Tiranía que muchas veces deseamos ejercer sometiendo o siendo sometidos, abandonados a nuestro irresistible instinto animal.

Autor: Oveja negra

Peca y no te arrepientas. Todo es efímero.

Un comentario en “La castidad de los esclavos”

Deja un comentario